sábado, 25 de julio de 2009

La poesía no se va. A lo sumo se esconde, se me hace enemiga y me obliga a privarla. Pero vuelve y se pone violenta, como estos dos poemas que te dejo

Idioma de los Perros


I

Me enteré recientemente,

por intermedio de un enemigo,

que estaba hablando mal

la lengua.


Bien el movimiento contorsivo

de maxilares, lengua, labios

y cuerdas.

Pero, desgraciadamente, mal el exigido

por las circunstancia perrunas.


Hablan el lenguaje de los perros.

De los que se pelean por los restos

de carne en los huesos corrompidos

en la escasez de sangre y la muerte.



Pero yo peleo por otra cosa,

y por eso mi lengua es distinta.

No la entienden los perros.



II

Ahora largo humo por la boca,

por estar terriblemente enojado.

Te lastima el orgullo querer decir algo original

y que nada suba a esa boveda craneana,

que queres llamar cerebro,

pero algunos, al ver de cerca,

la hemos descubierto estómago.

La palabra emitida que interpretás violenta,

por que te mostrás ducho en el auto engaño,

te apremia a la reacción esperada por afinidad

espiritual.

La negación.

A veces reconocer el error menos nos vale que sabernos idiotas

y pretender que otros no lo sepan.

Entonces el castigo le toca,

como es usanza,

al repartidor.

¿Es esto algo más que el reino de la individualidad?